sábado, 25 de septiembre de 2010

No deja de inquietarme la pregunta sobre el horizonte ético de una sociedad que celebra con alevosía y como fiesta nacional la muerte de un ser humano, de uno de sus miembros.

En qué momento nos hemos visto avocados a este infortunio, que nos dicta un llamado al "orgullo nacional" cuando aún resuella el sonido de las bombas.

En medio de la funesta confrontación, la guerra, claro es que la muerte se dibuja como una posibilidad latente en cada puesta y salida del sol, como también lo es que hacer de ello una fogosa fiesta nacional no puede dar cuenta sino de lo pueril de un proyecto nacional que se abastece del desencanto y que nunca ha sido capaz, por incapacidad cómplice, desfachatez o arrogancia, de dar nada por el otro, de construir nada con y para el otro.

El horizonte ético de una sociedad que pretende cohesionarse alrededor del cacareo obtuso a la muerte me provoca una aguda sensación de retorcijón intestinal sumado al llamado gutural a la expulsión intempestiva.

Celebrar la muerte es un acto vomitivo.

Sin más atavíos que el triste, aunque lastimosamente no inesperado asombro, dedico un instante, buscando ser prófugo de tan mefítica fiesta, al llamado a que alguien nos tienda, como sociedad, un espejo, para poder tal vez saber en dónde estamos, o discernir hacía dónde vamos...si es que vamos hacía algún lado que valga la pena discernir.

1 comentario:

Cristina González dijo...

follow me... I say you where.